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Maria.

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Podría haberle sucedido a cualquiera, pero le tocó a ella. María, la independiente, la que gritaba a los cuatro vientos que jamás serviría a nadie. ¿Esclava, ella, de un hombre? Jamás.
Y sin embargo ahí está. Se levanta antes que él para hacerle el desayuno y le lustra los zapatos antes de que vaya trabajar. Se pasa la mañana limpiando la casa para cuando él vuelva no vea polvo en las esquinas y le diga que no sirve ni para limpiar. Se esmera en prepararle las más sabrosas recetas a sabiendas de que él dirá que en la cafetería de la oficina la comida sabe mejor que esa bazofia, tirará los cubiertos en el plato salpicando la mesa de salsa y se hará un bocadillo tras pagarle su esfuerzo con un bofetón. María tomará la bayeta con los ojos llenos de lágrimas, enjuagará las manchas y retirará el plato que tanto tiempo le llevó hacer sin una sola palabra. Está acostumbrada, esta escena es el pan de cada día en la casa.

Lo peor son las noches, cuando él la obliga a meterse en la cama y la desnuda con manos rudas, le tapa la boca y la penetra con violencia. María ya no intenta gritar, está cansada. Se limita a mirar el techo hasta que él termina, con los ojos llenos de unas lágrimas que no se puede enjugar. Él la mira y la llama estúpida, frígida, zorra idiota, mala esposa, ¿para ésto me casé contigo?

Se oyen los gritos desde la azotea, pero como tantas otras veces los vecinos cierran la puerta y suben el volumen de la televisión. Nadie quiere darse cuenta de lo que ocurre en esa casa, nadie quiere responder a la llamada de una inocente que día tras día sufre en sus carnes el dolor de la mujer maltratada. Él le sigue pegando, manchando con la sangre de María las blancas sábanas, sábanas que ella deberá lavar. Y ni se te ocurra abrir la boca, zorra, o ya verás.


María no sabe cuándo ni por qué la felicidad que compartían se fue a la mierda. Su mundo se resquebrajó y cayó dejando tan sólo el polvo del recuerdo, sangre derramada y una mente que baja sin frenos la cuesta de la locura. Cada noche, tirada en la cama como una muñeca rota, busca en su memoria el momento en que el edén se convirtió en infierno hasta que Morfeo se compadece de ella.
María se ha dado cuenta de que nadie vendrá a salvarla y sabe qué debe hacer, pero, ¿cómo podría dejarle? Los siervos no abandonan a sus amos.

De modo que al día siguiente se levanta y le hace el desayuno y le lustra los zapatos y limpia la casa con la esperanza de que llegue el día en que por fin él la mire y le diga te quiero en lugar de puta, guapa en lugar de estúpida y le haga el amor con ternura para hacerla olvidar todas las violaciones. Pero ese día no llega, y la vida de María se derrama como el agua por las fisuras de un vaso agrietado.


Así los días se convierten en semanas, las semanas en meses y los meses en años.


Una chica nueva llega al 2ºA.
Laura es veinteañera, universitaria, despreocupada, alegre, sana, el tipo de muchacha que María fue en su momento. Si Laura conociera la historia de María no dudaría ni un momento en subir al 5ºA, recoger sus cosas y acogerla en su casa durante todo el tiempo que tardase en curarse las heridas del cuerpo y del alma, pero hasta el 2º no llegan los gritos ni el olor a lágrimas. Y el tiempo sigue pasando.

Un sábado de noche, cuando llega a casa, Laura oye gritos y el ruido de una ventana panorámica al destrozarse. Las farolas iluminan lo suficiente como para que vea caer en su balcón el cuerpo roto de María, la vecina del quinto. Laura se espanta, corre, chilla, se deja caer en el suelo sin prestar atención a los cristales que se le clavan en las rodillas y busca el pulso en la muñeca de María, un breve pálpito de vida en ese cuerpo cubierto de moretones. La sangre que se extiende desde el nacimiento de su pelo oscuro y sus ojos vacíos hacen que Laura cese en su empeño de devolverle la vida a esa mujer y levante el rostro, justo a tiempo para ver al marido de María retirarse del balcón del 5ºA.


Cuando llega la policía encuentran a Tomás sentado a la mesa de la cocina, bebiéndose la taza de café que su mujer le había preparado.
"Tomás Freire Ramos, queda usted arrestado por el asesinato de María Acosta Aguilar. Tiene derecho a permanecer en silencio. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra ante un tribunal. Tiene el derecho a solicitar un abogado..."


Llega el día del juicio. Laura testifica. Los vecinos del bloque salen de su mutismo y van narrando, uno por uno, una historia oída a medias a través de las puertas en las noches de invierno, cuando no había ruidos de fiesta que sofocasen los golpes y los gritos que emergían desde los confines del 5ºA. El jurado discute. El jurado se pronuncia.
Culpable.

Antes de que se lo lleven, Laura se acerca a Tomás y le pregunta qué motivos podrían llevar a un hombre a acabar con una vida como él hizo con la de su mujer.
"Era mi esclava, niña. Ella se quería marchar cuando yo no le había ordenado que lo hiciera, así que pagó por ello. Los esclavos no desafían a sus amos".
El alguacil aleja a Tomás de Laura para conducirle hasta su celda provisional, donde pasará varias noches antes de ser internado en un centro penitenciario de baja seguridad del cual tres años más tarde logrará salir.


Ésta es una historia escrita con fragmentos de vidas mil veces rotas y amores destrozados, con sangre y lágrimas de mujer. Es la historia de María y de muchas otras mujeres que vivieron esclavas, como ella, de un hombre al cual entregaron su vida con una sonrisa en los labios, del que recibieron con los brazos abiertos los peores tratos, que escupió y pisoteó su amor y lo convirtió en algo más deforme y repugnante que cualquier monstruo bueno de Frankenstein.
Cómo se redujo la grandeza de ese amor a un burdo asesinato no lo sé, el caso es que sucedió. Y en este mismo instante, mientras tú lees mis palabras, tal vez Laura esté entrando con Óscar en la habitación de un hotel sin saber que, algún día, el príncipe que le susurra palabras tiernas al oído se convertirá para ella en lo que fue, para María, Tomás.


La esclavitud es la negación de las condiciones de una o varias personas que les convierte en propiedad de otras. A la persona que ejerce de esclavo se le niega su libertad, es decir: el esclavo no es dueño de sí mismo.
Relato que escribí para el JAM de #Cuentos-por-Colores . El tema era "Esclavitud".

Sí, es un tema recurrente. Pero sólo diré una cosa: 700.
Alrededor de 700 mujeres muertas por violencia doméstica en los últimos 10 años en España, por no hablar en el resto del mundo. Y las que no se están contando.
Da que pensar, ¿eh?


Especiales agradecimientos a mi beta y Watson, ~LJNaireth. Las noches en vela no serían lo mismo sin nuestras tormentas de ideas =)


ElleSG
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VicPin's avatar
Impactante y muy triste!!! Pero una excelente historia basada en hechos reales!